Un amor que nació entre vuelos, silencios y acentos distintos, donde la conexión emocional fue más fuerte que cualquier mapa, idioma o plan preestablecido.
Hay historias que no se buscan, pero que llegan. Historias que no comienzan con “érase una vez”, sino con un match inesperado, una ciudad fría y un corazón dispuesto a sentir. Así es la historia de Teté y Hans.
Teté, creadora de contenido especializada en viajes, estaba en pleno recorrido por Europa, descubriendo nuevos rincones y experiencias que sumar a su historia. Iba ligera, pero cargada de emociones, con el alma abierta y la maleta llena de ilusiones. En Brujas, Bélgica —ese cuento de hadas real donde huele a waffles, la niebla abraza las calles y el tiempo parece caminar más lento—, decidió quedarse. Tres noches que, terminaron siendo el punto de partida para toda una vida.
Después de semanas en las que su única compañía era su reflejo en los escaparates y su voz interna, decidió que necesitaba conectar. Sin buscar nada, descargó Tinder. Y ahí estaba Hans. El belga de sonrisa tímida y energía tranquila. Ella le dio swipe por impulso. Él, un súper like directo al corazón. Unos cuantos mensajes, una conversación sin filtros y una caminata en común —literalmente, ya que el hostal de Teté estaba en la misma calle que la casa de Hans—. La vida ya les había marcado el camino, ellos solo tenían que seguirlo.
La conexión fue instantánea. No hubo beso, pero sí algo más fuerte: ese “clic” que se siente cuando el alma reconoce algo que no sabe explicar. Hablaban en inglés, pero el lenguaje que más fluía era el de las miradas, los silencios, las risas nerviosas. Venían de mundos tan distintos que, en vez de alejarlos, los unieron. Ella, mexicana, pasional, intensa, creativa y con el alma hecha de palabras; él, belga, tranquilo, introspectivo, de estructuras sólidas. Teté contaba historias con el corazón. Hans construía futuro con las manos. Y juntos… simplemente encajaron.
El viaje siguió. Él se fue a Francia. Ella tomó un tren hacía su próxima parada, París, en donde habían planeado reencontrarse. Pero la llegada del COVID cambió todo y sus planes tuvieron que pausarse. Por siete meses se conocieron a distancia, con videollamadas eternas y mensajes que se volvían ritual. En medio del caos mundial, ellos construyeron algo inmenso: un amor paciente, real, cotidiano y profundo.
El primer reencuentro fue en México. En la Riviera Maya, con el mar y la magia de lo nuevo, vivieron su primera aventura juntos. Una especie de luna de miel antes de ser prometidos. Desde entonces, no se han vuelto a soltar. Desde noviembre de 2020 viven juntos en Bélgica, y su amor ha aprendido a vivir entre culturas, entre acentos y entre rutinas compartidas. Ella lo saca de su zona de confort, él la mantiene en equilibrio. Juntos han viajado por más de 50 ciudades, han creado un idioma propio, y aunque a veces no pronuncien bien las palabras, siempre se entienden.
La propuesta fue todo lo que tenía que ser: honesta, íntima, mágica. Hans no es de grandes espectáculos, pero sabe hacer de un instante algo eterno. En el Hotel Xcaret, con el mar caribeño como testigo y la canción “Te regalo” de Carla Morrison sonando en el fondo, le pidió matrimonio. Sin más. Sin guión. Solo con amor. Y Teté, que nunca se imaginó casándose, respondió “Sí” con la certeza de quien encuentra su lugar en el mundo.
Dos años después, la boda soñada se hizo realidad en la Toscana. Una villa italiana entre viñedos, campos de olivo y esa luz dorada que parece salida de una película romántica. Fueron tres días de magia pura. Ochenta y un invitados, dieciséis países representados, y una energía que solo se vive cuando el amor se celebra de verdad.
La primera noche fue una pizza party digna de postal: mesas largas, vino que fluía como las risas, reencuentros cálidos bajo las estrellas. La segunda noche, la ceremonia. Votos escritos con el alma, ojos brillosos, abrazos infinitos. Nada fue forzado. Todo fue emocionalmente perfecto. La tercera noche, la despedida. Un cierre que no parecía adiós, sino más bien un “gracias por ser parte de esto”.
Superaron todas sus expectativas. El lugar, la gente, la comida, la música, el cielo… pero sobre todo, la sensación de estar celebrando algo más grande que una boda: estaban celebrando un destino compartido.
Hoy, Teté y Hans siguen construyendo su historia entre vuelos, proyectos y tardes de café. Viven una vida sin guion, pero con mucho corazón. Se han enseñado a amar en todos los idiomas posibles, y lo hacen cada día: con complicidad, ternura y la certeza de que lo suyo es un amor sin fronteras, sin etiquetas y con toda el alma. Parte de esa historia la comparten con autenticidad en sus redes, @pasaportete y @yosoymanos, donde el amor se siente en cada imagen, en cada palabra.
¡Felicidades, Teté y Hans!


