Desde pretoria a ciudad del cabo a bordo de uno de los trenes más distinguidos del mundo. glamour, estilo, elegancia y romanticismo en una atmósfera evocadora y cinematográfica repleta de tintes sibaritas.
Recorrer los escasos 1.600 kilómetros que separan Pretoria de Ciudad del Cabo apenas serían dos horas en avión, pero está claro que se perdería todo el romanticismo de viajar en un tren de época durante dos días. La experiencia comienza en la estación de Pretoria en la que es posible hacer una visita guiada a los 10.000 m2 de su taller y contemplar como se llevan a cabo las restauraciones de los vagones. Lo que antaño fue una bulliciosa estación repleta de trenes a vapor es hoy en día la sede central de Rovos. La fastuosa estructura de la estación, de estilo colonial, no ha perdido ni un solo ápice de elegancia. Sus instalaciones también incluyen un museo ferroviario que cuenta con semáforos, señales de tráfico antiguas e incluso vagonetas de época que recrean todo el ambiente de antaño. Con el tiempo, se pretende que la instalación se convierta en el museo de trenes en funcionamiento más importante del mundo. Desde media mañana el goteo de turistas es constante, hasta completar la cuarentena de pasajeros que tendrán el privilegio de viajar en la “Perla de África”. Los canapés, los pasteles, y sobre todo el champagne francés, ayudan a que los pasajeros se empiecen a conocer.
Recorrer los escasos 1.600 kilómetros que separan Pretoria de Ciudad del Cabo apenas serían dos horas en avión, pero está claro que se perdería todo el romanticismo de viajar en un tren de época durante dos días. La experiencia comienza en la estación de Pretoria en la que es posible hacer una visita guiada a los 10.000 m2 de su taller y contemplar como se llevan a cabo las restauraciones de los vagones. Lo que antaño fue una bulliciosa estación repleta de trenes a vapor es hoy en día la sede central de Rovos. La fastuosa estructura de la estación, de estilo colonial, no ha perdido ni un solo ápice de elegancia. Sus instalaciones también incluyen un museo ferroviario que cuenta con semáforos, señales de tráfico antiguas e incluso vagonetas de época que recrean todo el ambiente de antaño. Con el tiempo, se pretende que la instalación se convierta en el museo de trenes en funcionamiento más importante del mundo. Desde media mañana el goteo de turistas es constante, hasta completar la cuarentena de pasajeros que tendrán el privilegio de viajar en la “Perla de África”. Los canapés, los pasteles, y sobre todo el champagne francés, ayudan a que los pasajeros se empiecen a conocer.
Las suites Deluxe de 11 m2 acomodan también a dos personas, con opción de dos camas individuales o una sola doble y cuentan con salón y cuarto de baño con ducha. Las suites Pullman de 7 m2 están equipadas con un cómodo sofá-cama que, al llegar la noche, puede convertirse en dos camas individuales o una sola doble.
Todas cuentan con escritorio, caja fuerte, y ducha con agua caliente. Un gong convoca a los invitados a la cena a las 19:30 mientras se atraviesan las antiguas minas de oro de Witwatersrand, en la provincia de Mpumalanga. El hedonismo sobre ruedas nos aguarda en la cena, de estricta etiqueta: chaqueta y corbata para los caballeros y vestido de noche para las damas. En la carta, sobresalen la langosta y las exquisitas carnes de caza maridadas con deliciosos vinos sudafricanos, diferentes para cada plato. Por la noche, entre traqueteos y chasquidos, el tren se va abriendo camino entre los campos de maíz del oeste de Transvaal siguiendo el curso del río Vaal. A la mañana siguiente el tren llega a la estación de Kimberley. Conocida por su “Big Hole”, la mina de diamantes más famosa de toda África. Este agujero a cielo abierto cubre una extensión de 170.000 m2, la mayor excavación del mundo realizada por el hombre, con una profundidad de 240 metros. De aquí se extrajeron 3 toneladas de diamantes hasta el año 1914 en el que fue clausurada. Todavía es posible ver el impresionante cráter lleno de agua, y sobre todo visitar el museo adjunto en el que se explica toda la historia relacionada con el mundo de los diamantes en la región. El antiguo pueblo, anexo al museo, está todavía como hace un siglo, con sus casas de madera, su salón, sus tiendas, su banco, y un tranvía que todavía está en funcionamiento. La fiebre de los diamantes ha dado paso a la fiebre del turismo, otra fuente inagotable de riquezas. A las cinco en punto se sirve el té, aunque lo que más adeptos congrega es ver la puesta de sol desde el vagón de cola, totalmente abierto y en el que se obtienen las mejores instantáneas del viaje, sobre todo cuando el tren efectúa giros pronunciados. Los gin-tonics corren a raudales acompañados de biltong, una carne de ternera seca de intenso sabor y muy popular en Sudáfrica. Al día siguiente el tren llega a Matjiesfontein, a tan sólo 150 km de la parada final, Ciudad del Cabo. Este pequeño pueblo, de estética victoriana, no existía antes de la llegada del ferrocarril. Fue creado por el Sr. Logan en 1890 como alto en el camino en el que poder beber y estirar las piernas. Su negocio fue tan exitoso que pronto se formó un núcleo de casas a su alrededor.